La niña no sabía reír, miraba
todo a su alrededor.
A veces miraba sin ver, pero con el corazón.
Los días eran grises y apagados
Como su mirar, de pena empañado.
Miraba la niña pasear a otros niños
de la manita de sus mamás.
La pequeña no decía nada ya,
solo miraba, cansada de mirar.
Los pequeños zapatitos le iban pesando
Cada vez más.
La niña se iba haciendo mayor
seguía mirando con sus ojitos de pez. Sin ver.
Un día, levantó la pequeña la cabeza
y la luz del sol brilló.
Una sonrisa en la cara de la niña
se dibujó. ¡Por fin era feliz!, y su pecho,
de felicidad se hinchó.
Besó la niña el rostro de su mamá y, está,
de la manita a la niña cogió.
La niña se fue haciendo mayor,
y el amor por su mamá creció.
La niña ya nunca de ella se separó.
Y en los días en que más brilla el sol,
la niña… Pasea solita, con su mamá
en el corazón.
Desde el cielo la mira, a
su pequeña, su flor.
En la arena de la playa, la niña
en su caminar, deja solo un par de huellas,
de las dos que se debieran reflejar.
Encarna Bernat
Publicado en el libro homenaje conmemorando el centenario de Gloria Fuertes.