Francisco Aura Boronat, es un superviviente del holocausto. Estuvo preso en el campo de concentración de Mauthausen, en la actualidad vive en Alcoy y, a día de hoy a sus noventa y un años, sigue sin poder olvidar el horror nazi que vivió en sus días de juventud.

Pregunta.─  Supongo que guardará en su memoria muchas cosas del tiempo que estuvo preso en Mauthausen ¿Podría compartir con nosotros alguna?

Respuesta.─ Recuerdo muchas cosas, otras por suerte las he olvidado. Recuerdo una vez, en la que me condenaron a veinticinco palos por robar un trozo de pan, no los llegue a recibir. Cuando desperté me encontraba en el barracón, en la litera. Tenía el trasero negro porque resistí los golpes que pude, te ponían en un banco donde metías los pies y no los podías tirar para atrás, ataban las manos por delante del cuerpo mientras te azotaban.  Me pegaron en la parte baja de la columna vertebral y solté las manos, me ataron al banquillo y siguieron pegándome hasta perder el conocimiento. Hacerle un gesto a un cabo de los que estaban en las torres con la metralleta te podía costar la vida. Ellos se consideraban dueños absolutos de adiestrar y aborregar a las personas. Si había alguno que por su temperamento no podía evitar hacerles un mal gesto y, se daban cuenta, encontraban su pasatiempo; lo cogían entre cuatro o cinco cabos y se liaban a patadas y puñetazos hasta que lo exterminaban. De eso servía ser valientes en el campo. Ser valiente, podía costarte la vida.

P.─ El hecho de estar prisionero en Mauthausen ¿Cambió su vida para siempre?

R.─ Pues si la verdad, pierdes la esperanza de poder salir, porque si no es hoy piensas que puede ser mañana cuando te toque a ti. Veía caer a tantos compañeros que yo pensaba; en cualquier momento me tocara a mí. Tuve que esperar durante cuatro años y un día, y la verdad, es que se hicieron muy largos. Nos destinaron también al comando Greistein dependiente de Mauthausen; allí  los trabajos se hacían en carretera, no en la cantera como habíamos estado anteriormente. Eran sendas donde pasaban los trineos para la explotación de la madera, y nosotros, hacíamos el doble ancho para que pudieran pasar camiones. Los castigos eran de una severidad tremenda, porque cuantos menos presos éramos, más nos controlaban.  No teníamos esperanza de salir con vida de aquel campo de concentración. Lo soportábamos como podíamos, no había barracas y, cuando trabajábamos lo hacíamos al aire libre, con una manta cuando llovía y hacía frio. Perdí mi juventud.

p.─ ¿Cómo recuerda usted el proceso selección, era como leemos en muchos libros, es decir ustedes veían como se llevaban a las personas, veían salir el humo de las chimeneas?

R.─ Nosotros sabíamos que había cámaras de gas y veíamos salir el humo. En el año cuarenta y siete, yo ya estaba en este comando.  A través de un intérprete, con el que tenía mucha amistad, pude saber que en el año cuarenta y uno empezaron a funcionar las cámaras de gas en Mauthausen. El oficial que gaseaba era muy joven y, mientras sostenía los mandos observaba por la mirilla para ver como padecía la gente al ser gaseada. Éste teniente tan joven se retorcía de satisfacción, disfrutaba al ver que cada vez tenía más práctica.

P.─ ¿Recuerda alguna persona que estuviera presa con usted  en el mismo campo de concentración?

R.─ Conocí a Manuel Calvo, era de Náquera, él nunca me hizo ninguna clase de pregunta. Allí era mejor no saber la ideología del otro, podía ser muy peligroso preguntar. Debíamos ignorar  cómo había combatido uno en el campo, o si era un cargo en esto o en lo otro: yo jamás le pregunté, no me interesaba saber si era soldado, cabo o teniente. En el ejército no hubo preguntas por ambas partes. Teníamos la confianza de transmitir la situación en que allí nos encontrábamos, pero nada más porque se daba la situación, de que algunos de los que te preguntaban, luego te delataban por una ración de comida o por cualquier otra cosa. Desconfiábamos de las personas que con aire de bondad o de valentía, venían a pedirte explicaciones. No convenía hablar más de la cuenta, éramos compañeros de guerra pero no llegamos a conocernos nunca. El hambre hace que algunas  personas sean capaces de robar y otros hasta incluso de matar. Había personas que lo llevábamos mejor pero no ocurría con todo el mundo, los había más débiles y no podían soportar aquella situación, eran capaces de cualquier cosa.

P.─ En Auschwitz a los presos que no llevaban la gorra se les pegaba un tiro, ¿En Mauthausen también ocurría este hecho?

 R.─ Yo puedo hablar de lo que he vivido en primera persona, en mi caso cuando daban la orden de quitarnos la gorra sino lo hacíamos al ritmo que ellos ordenaban, es decir  todos a la vez, nos tenían el tiempo que querían hasta que consideraban que lo hacíamos correctamente. No entiendo el alemán, sólo las palabras que nos decían en el campo, como acción, como disciplina.  Si te decían Mütze ab (gorra fuera), teníamos que hacerlo todos unidos y firmes; si había algún retraso te tenían cuarenta o cincuenta veces quitándote y poniéndote la gorra, hasta que ellos comprendían que la gente lo estaba haciendo bien. No puedo decir que no sea verdad, que le pegaran un tiro a uno por no quitarse la gorra o por perderla, pero yo no lo conocí  y solo puedo hablar de lo que yo viví en aquel campo.

P.─ En Mauthausen, ¿Había sondercomando, es decir personas que se encargaban de recoger a los presos muertos, víctimas de las cámaras de gas o de los crematorios?

R.─ Si las había, tenían un suplemento de comida extra y con la ropa les pasaba lo mismo, llevaban el traje a rayas, pero era de mejor calidad y no llevaban zapatos de madera como nosotros.

P.─ ¿Cómo imagina que habría sido su vida si no hubiera estado allí?

R.─ No puedo imaginármela,  no lo sé porque han transcurrido sesenta y cinco años de aquello y, no hay un solo día, en el que no se me presente una imagen del campo de concentración. Tanto es así, que  le pregunté a mi médica de cabecera si podía darme medicación para poder sobrellevar esto, y me contestó que era mejor que no; me dijo que debía sobreponerme lo mejor que pudiera y, adaptarme poco a poco a la realidad.

 P.─ ¿Piensa usted que quedó marcado para toda la vida?

R.─ Si, y la juventud de ahora no es consciente de lo que tiene. Las personas como yo que vivimos tantas cosas, nos damos cuenta que lo peor es perder a los seres queridos.

P.─ Usted, ¿ve películas del holocausto o documentales, lee libros sobre este tema?

R.─ No es algo que haga normalmente, pero me gusta verlas.  Sobre todo los documentales para ver si las personas que relatan los hechos, los cuentan como realmente ocurrieron.

Los alemanes pedían si entre los presos se encontraban sastres, fotógrafos en fin, gente con oficio. Una cosa es vivir el día a día en el campo de concentración así, sin más, y otra muy diferente es estar allí con un oficio, el día a día, para éstos últimos era  más liviano. Hoy en día hay situaciones en la actualidad, en las que me quedo pensando en  lo que está ocurriendo en este momento, y me recuerda a aquellos días de mi juventud, me recuerda tanto a aquel tiempo que yo viví  en aquel campo de concentración…

P.─ ¿Supo  usted de alguna persona que viviera de cerca lo que ocurría en las cámaras de gas?

R.─ Yo no lo viví y, en el cuarenta y cinco aniversario volví a Mauthausen. Una vez allí pregunté por un español que trabajaba en las cámaras de gas, me lo  presentó un intérprete y pude conocer a la persona y preguntarle. La reacción de aquel hombre cuando me vio que iba cara a él, se me quedó grabada; levantó  los brazos y cuando le pregunté si él estuvo en la cámara de gas, lo primero que me contestó es que él no gaseaba. Yo le dije que estuviera tranquilo, que no iba a culparlo de nada. Sólo quería saber cómo había ocurrido todo aquello, porque yo había leído artículos pero, prefería que me lo contara alguien de primera mano, alguien que lo hubiera vivido.

P.─ ¿Había muchos españoles en Mauthausen?

R.─ No sé la cantidad y, no quiero decir cifras porque no me gusta mentir, pero allí llegábamos los españoles y nos destinaban a los comandos, los que veían que tenían energías para trabajar, los convertían en auténticas bestias que sólo servían pasa ser mandados y tenían que obedecer.

P.─ Muchas gracias, señor Boronat, por concederme esta entrevista y, haber compartido no solo su tiempo, sino también sus recuerdos desgraciadamente nada agradables. Ha sido un verdadero placer, en mi opinión el mundo entero debe saber lo que ocurrió en aquel terrible episodio de la historia y, con testimonios como el suyo, haremos que la muerte de tantos seres humanos no haya sido en vano. Gracias de nuevo.

R.─ Ha sido un placer para mí también, joven.                                   

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