Comenzaban a caer espesos copos de nieve envolviendo la ciudad, los tejados de Viena se teñían de un blanco mortecino bajo la luz tenue de la fría noche invernal. no había nadie en aquel camino del bosque, era un rincón discreto para quedar a solas sin ser reconocidos. El chirriar de las ruedas del acarruaje se escuchaba desde la lejanía, los cascos de los caballos cada vez estaban más cerca.
El cochero detuvo el carruaje cerca de él y la mujer bajó. Él hizo una leve inclinación de cabeza a su joven reina. Su majestad le sonrió y acto seguido se abrazaron con ternura, el destino los volvía a unir de nuevo.Ella miró sus los ojos y, se sumergió en su azul celeste. Él suavemente le tomó la mano entre las suyas para besársela en un gesto de cariño.
Se abrazaron de nuevo y en un leve susurro escuchó todo lo que ella ya sabía. No importaba nada más que ellos dos en aquel pedazo de cielo raso, sentían al unisonó como si se detuviera el tiempo, como si solo existieran ellos dos. Y entonces ella tuvo la confirmación de lo que ya sabía, se había enamorado como lo hacen las mujeres inteligentes, como una idiota.
